Andrea Gutiérrez Vásquez.

“La violencia de género es la primera escuela de todas las otras formas de violencia”. Rita Segato.

El feminismo latinoamericano se alza colectivamente, la valentía coral no tiene protagonistas exclusivas, todas lo somos. Juntas nos levantamos contra todas las violencias, nos alzamos al unísono para visibilizar, para denunciar, para nombrar y señalar aquello que no se nombra, aquello que se oculta en complicidad con un sistema patriarcal que se resiste a morir. No permitiremos que se silencie nunca más nuestra voz, nunca más seremos grito solitario, sino coro de miles de voces.

Sabemos y entendemos que la violencia contra las mujeres es de carácter estructural y está lejos de habitar en un solo ámbito o manifestarse de una sola manera, pues la complejidad de la violencia radica en el entramado invisible y simbólico que la sostiene, lo que vuelve urgente y necesario identificarla para contribuir a erradicarla.

En el mundo del arte y la cultura, el reconocimiento de la violencia en los espacios de trabajo y de formación es aún un desafío pendiente. Pese al esfuerzo que realizamos desde distintas organizaciones en Latinoamérica, ésta parece aun ser una demanda eclipsada por temas más urgentes, aunque definitivamente no hay nada más urgente que el riesgo de que una mujer vea truncada su vida por uno o más episodios de violencia.

Siento la responsabilidad de hablar desde mi hábitat, la Red de actrices chilenas, cuya formación, en el agitado 2018 feminista, está directamente relacionada con la violencia que vivimos las actrices. Quisiera solamente enunciar dos aspectos que aparecieron en el marco de una investigación mayor que pude realizar sobre violencia de género en el espacio de trabajo y formación de actrices, la que se hace patente desde nuestra etapa de formación, violencias que vivimos todas las mujeres, pero que adoptan camaleónicamente las características de cada quehacer, valiéndose de sus rasgos específicos, para operar desde la sombra. Lo escribo aquí para dejar constancia, plasmar una protesta como huella,  como grito, un llamado de atención a quienes aún creen que éste es un tema que pueden soslayar.

El mandato capitalista y patriarcal de propiedad sobre el cuerpo de las mujeres se manifiesta en la carrera de una actriz desde su etapa de formación, allí  se consolida la noción de que en el ejercicio profesional su cuerpo es un territorio público, motivo de opinión, debate, juicio y crítica, sobre él recaen fuertemente los estereotipos como elementos coercitivos, constituyéndose este ejercicio de violencia simbólica como parte integral de la formación de una actriz y como punto de partida a una escalada de violencia sobre su cuerpo, así se dan lugar una serie de situaciones laborales donde es el cuerpo como objeto, el que concita la principal atención. Con ese punto de partida la distorsión se instala desde el origen, naturalizando el hecho de que el cuerpo no nos  es propio y que se encuentra en permanente evaluación, cosificación y escrutinio. Bajo el ardid de que es nuestra herramienta de trabajo se suceden una serie de vulneraciones que en absoluto se vinculan al ejercicio profesional.

La precariedad es otro escenario de coerción,  la actriz es una trabajadora con un régimen laboral complejo y particular, que se encuentra en una especial condición de vulnerabilidad pues siempre está buscando trabajo. La naturaleza breve de los proyectos no solo afecta las condiciones de vida material  sino que se traduce en una delicada inestabilidad laboral que además se intersecta con la condición de mujeres, pues desata una serie de abusos de poder en las relaciones laborales y mecanismos coercitivos como condicionante para obtener un trabajo, estos mecanismos son muchas veces difíciles de distinguir y sobre todo de denunciar pues se encuentran en un espacio indeterminado de la relación laboral, pero que además se complejiza considerando que el ámbito de desarrollo profesional es un espacio reducido, de baja empleabilidad, más aún si se desarrolla en regiones. Ésta y otras situaciones deberían considerarse como prioritarias en la defensa de las trabajadoras y en las legislaciones laborales del sector.

Es necesario denunciar en toda Latinoamérica la grave ausencia de una perspectiva de género en nuestras organizaciones, en las universidades o espacios formativos,  en los espacios de trabajo y en los Ministerios de las Culturas latinoamericanos, los que en algunos países han desaparecido, en un retroceso cavernario, como en la caso de Brasil y en otros aún no existe una institucionalidad. Esta ausencia de perspectiva, genera que la violencia contra las mujeres, más allá de las actrices,  en el terreno de las artes y en la sociedad en general, siga perpetuándose a través de prácticas que se reproducen y permanecen anquilosadas como parte constitutiva, pero que urge sean revisadas y saneadas. Urge entender que la violencia es un problema político y de carácter público, es por ello que para enfrentar un problema estructural debemos construir redes poderosas que se extiendan a través de nuestros territorios diversos para que nuestro llamado sea imposible de acallar, esa es la esperanza que muchas hoy vemos en Respeto en escena como espacio de articulación latinoamericano que enfrenta la violencia contra mujeres y disidencias de las artes escénicas y audiovisuales en sus espacios de trabajo y formación.

El llamado es a implicarnos como sociedad y dejar de ser cómplices amparados en el cómodo silencio y hacernos parte de la solución. Ya no es admisible tratar esto como un problema de mujeres,  ya no es admisible ser un simple espectador.

*Andrea Gutiérrez Vásquez és integrante Red de Actrices de Chile. Actriz, dramaturga y docente. Magíster en Gobierno y Sociedad. Autora de la investigación “Violencia de género en contexto laboral de actrices y escritoras”. Actualmente es candidata a la convención constitucional en Chile.

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